Medea o la condición femenina en el devenir temporal

 

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Por Lautaro Heger

La figura de Eurípides se encuentra ligada, inevitablemente, a la que fue su tragedia más lograda: Medea. En ella se produce una reivindicación de la figura femenina de forma extraordinaria. Medea es formidable, sabia, fuerte, hábil, luchadora y por ello es amada por unos, pero respetada y temida por todos. En uno de sus pasajes, la protagonista versa: “De todo lo que tiene la vida y pensamiento, nosotras las mujeres, somos el ser más desgraciado. Empezamos por tener que comprar un esposo con dispendio de riquezas y tomar un amo de nuestro cuerpo, y éste es el peor de los males. Y la prueba decisiva reside en tomar a uno malo o a uno bueno. A las mujeres no les da buena fama la separación del marido y tampoco les es posible repudiarlo”. Nos hallamos, claramente, ante una pieza que no deja de perder su vigencia, pese a la inmensa distancia temporal que nos separa de su contexto de producción. Se trata de una obra que despertó el interés de muchos artistas a lo largo del tiempo. En las artes visuales podemos tomar a Eugène Delacroix con su obra Médée furieuse, del año 1862, mientras que en el cine las reelaboraciones fueron llevadas a cabo por grandes nombres, como son Pier Paolo Pasolini, Carl Theodor Dreyer (quien solo nos legó un guión cinematográfico no concretado) y Lars Von Trier, entre otros. En esta oportunidad, nos encontramos con una relectura de la mano de la actriz Irina Alonso (encargada de la versión sobre el texto original de Eurípides) y la directora Cecilia Meijide, en la que los diálogos se respetan pero encontramos elementos que bordan el terreno de la performance y nos presentan a una Medea inscrita en su tiempo pero con reminiscencias a las luchas actuales de los distintos colectivos feministas, fundamentalmente en la consigna de derrocar al patriarcado. Alonso se entrega de una forma más que lograda al devenir trágico su personaje y a la exhibición de los sentimientos universales que están presentes en el texto. Los roles masculinos se destacan al igual que la participación y composición musical que realiza Guillermina Etkin, que logra la supresión del coro y genera el mismo efecto que éste en las intervenciones de la música en vivo. En cuanto a puesta en escena el espacio escénico y la luz sirven para resaltar el carácter de experimentación buscado a lo largo de todo el hecho teatral sobre el texto, el cual demuestra su vigencia, pese al paso del tiempo.

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